Chépica, en el Valle de Colchagua
V/D EL MERCURIO sábado 1 de noviembre de 2008
Texto, Constanza Toledo Soto Fotografías, José Miguel Pérez
La fachada destaca por su mezcla de estilos. La rodea un parque en el que sobresalen enormes palmeras.
En Chépica, en el Valle de Colchagua, los Crespo echaron raíces en una antigua casona de campo que llama la atención por su mezcla de estilos y fabulosos entornos. Cinco generaciones han disfrutado de ella y, de paso, la han transformado en un verdadero patrimonio familiar.
Pequeñas rejas de madera separan uno de los corredores del jardín interior, donde se construyó una piscina.
Un camino de tierra y lleno de curvas era la antesala para llegar a esta casa de campo en Chépica, comuna ubicada al interior del Valle de Colchagua. Allí la familia Crespo se reunía veranos, vacaciones de invierno, fiestas patrias y festivos, una costumbre que hicieron suya desde las primeras décadas del siglo XX.
El empresario agricultor Vicente Crespo Dávila, oriundo de la zona, quiso agrandar su patrimonio comprando un terreno y la propiedad que éste albergaba. En 1920 llegó a un acuerdo con el dueño, quien le pidió un tiempo para entregarle el conjunto y luego de dos años de espera se trasladó allí junto a su mujer y sus cinco hijos, los que en el año estudiaban en Santiago.
Conocido por todos ya que llegó a ser alcalde de Chépica y definido por su nieto Patricio Crespo como "un hombre emprendedor y visionario", Vicente Crespo siguió adquiriendo tierras en el sector y trabajó en el Fundo las Arañas –nombre con que era conocido su lugar de residencia– incorporando mecanización a las labores agrícolas.
El piso de los corredores es de baldosa. Varias de estas galerías se usan como salas de estar.
Su hermoso palacete –construido en 1850– tenía la configuración típica de una construcción colonial, pero la influencia europea de la época llevó a que su arquitectura reflejara ciertos ribetes de estilo francés. Contaba además con varios espacios exteriores: un patio de acceso rodeado de frondosa vegetación; otro más acotado y cercano a la vivienda que fue dispuesto como un jardín más íntimo y familiar; y un tercero en el sector de servicio. También existía un área con árboles frutales y huerta.
En la medida en que ha sido necesario se han hecho más habitaciones. Hoy el fundo cuenta con 18 dormitorios y 17 baños.
Con el tiempo, antiguos corredores que rodeaban el pequeño jardín fueron cubiertos y transformados en acogedoras galerías donde se hacía parte de la vida familiar. Éstas además se convirtieron en paso obligado entre las múltiples habitaciones existentes, ya que anteriormente la conexión entre una y otra era por el interior.
Tras la temprana muerte de Vicente, los dos hijos mayores dejaron la universidad para administrar y dividirse los sitios que les pertenecían. Uno de ellos se estableció junto a su madre; el otro, Juan, hizo su vida en un campo de Lolol hasta que ella murió en 1953. Ese año se realiza una nueva repartición de terrenos y Juan se establece en la casona de sus padres en su calidad de nuevo y único propietario. Viajaba a Santiago todos los fines de semana para encontrarse con su mujer y sus hijos, que –al igual como lo habían hecho él y sus hermanos– estudiaban en la capital.
La mesa del comedor se armó adentro de este espacio. El papel mural es el mismo desde 1939.
Durante los veranos a Juan le gustaba compartir su casa con dos de sus hermanos. Eran los días en que Patricio Crespo –hijo de Juan– se encontraba con sus primos para hacer una vida en contacto con la naturaleza: andar a caballo, jugar en los corredores o hacer paseos al río, actividades que realizaban de sol a sol. En las noches continuaban reunidos, pero sólo hasta que se terminaba la luz de las velas y las lámparas a parafina.
Y como las historias se repiten, cuando su padre se enfermó Patricio dejó de estudiar, viajó a acompañarlo y tomó las riendas del fundo cuando se casó en 1964. Luego compró los derechos de su madre y sus hermanos, y hoy es dueño de casi el 90 por cierto del recinto. Sus hijos nacieron y se criaron allí, y sus nietos ya son la quinta generación que disfruta de este centenario lugar, al que define como un "legado familiar" que tiene la misión de proyectar y conservar para los suyos.
Constanza Toledo Soto.
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