jueves, 30 de julio de 2009

En Chimbarongo: La cultura del adobe

FUENTE: EL MERCURIO
25 JULIO 2009
REVISTA VD



Entre San Fernando y Chimbarongo, en el ex Fundo Santa Isabel, los Mayol Calvo viven hace quince años. El frío en esta zona de la sexta región es intenso, "en la mañana prácticamente el sol no se asoma", cuenta Claudia Calvo sentada en un sofá de su cálido living, rincón desde donde tiene una extensa vista hacia el jardín, un verdadero parque que rodea la casa y que en verano se llena de color gracias a sus cuidados. Pero en estos días de invierno se entretiene dirigiendo a los maestros que construyen un nuevo dormitorio principal, porque la familia crece y necesitan más espacio para los nietos que están por venir.



Cuando Juan Pablo Mayol y Claudia llegaron a esta centenaria casa de inquilinos con sus tres hijos -el cuarto, de ocho años, nació aquí-, debieron hacerle algunas modificaciones urgentes para que fuera habitable. Luego de varios años y con la ayuda de su sobrino, el arquitecto Nicolás Mayol, siguieron los trabajos para reorganizar los recintos y darle mayor comodidad y funcionalidad. Uno de los más radicales y recientes fue trasladar el acceso desde un estrecho pasillo hacia el área de servicios, donde se armó un hall amplio y más relevante.


En paralelo botaron parte de una vieja fábrica de manjar en desuso que se ubicaba a un costado, y mantuvieron la otra mitad para usarla como bodega. Además se levantó un estacionamiento techado para unir este antiguo galpón con la casa, formando un conjunto mucho más armónico y que respeta su carácter tradicional. Los cambios también dieron paso a la creación de un patio duro enmarcado con palmeras para articular la entrada. Adentro, el piso de madera original se interrumpe sólo en el acceso, la cocina y el comedor de diario, donde Claudia optó por baldosas pintadas tipo Córdoba. Además, agregaron más chimeneas a las existentes para entibiar todos los rincones.

Envuelta en un aire campestre, esta arquitectura de teja chilena, corredores exteriores y murallas albas, se complementa con grandes tinajas de greda, faroles de fierro, rejas y puertas que la propietaria ha ido encontrando en el taller de un maestro en el cercano pueblo de Roma. "Mi papá me reta cada vez que ve una ventana nueva, porque según él se me va a caer la casa", comenta. Aunque reconoce que la decoración nunca ha sido un tema demasiado importante para ella, sí confiesa su debilidad por los objetos antiguos, algunos de ellos comprados a su vecino y dueño de la tienda Manantiales, y otros heredados de su familia, los que en conjunto le han dado a los espacios un aspecto agradable y apacible. "Aquí no hay nada de lujo", dice, en cambio sí hay cálidos detalles.

Es en el jardín donde Claudia es más feliz, entre los encinos, junto al enorme sauce llorón, con hortensias, palmas, sequoias, eucaliptos, y bajo la flor de la pluma de la terraza. Mientras, su marido, unos kilómetros más al sur, cultiva uva de mesa y de vino, manzanas, kiwis, cerezas y otros frutales. "Cuando los niños estaban chicos, no me bajaba del auto. Ahora estoy más tranquila y me dedico a pintar, a leer, a cuidar las plantas. Es un ritmo de mucho relajo", dice. Hasta que llega el fin de semana y vuelve el movimiento: sus tres hijos mayores los visitan desde Santiago y las tradicionales juntas con amigos y asados a lo grande son nuevamente parte de la reunión familiar.

Ante esto, el destino de la casa es seguir creciendo en forma casi espontánea, tal como ha hecho hasta ahora para recibirlos a todos. "Por las ampliaciones que le hicieron hace décadas, no hay ninguna muralla del mismo grosor que la otra- se ríe Claudia-, pero nos ha servido mucho, y fue muy buena para criar a los niños", cuenta.
Dedicados al cultivo de frutales, los dueños de esta antigua casa de inquilinos criaron aquí a sus cuatro hijos y esperan seguir ampliándola para recibir a la familia.

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