domingo, 18 de mayo de 2008

VI región: Tradiciones




La agricultura y la minería originaron diversos oficios tradicionales, algunos de los cuales aún sobreviven en esta región. Entre los más significativos se cuentan la alfarería, cestería, sombrerería y textilería considerados como artesanías folclóricas.
Según opinión de los propios artesanos chilenos, los requisitos para ser considerados como tales pueden sintetizarse en los siguientes puntos:

1.- Predominio de las técnicas manuales en la producción de un objeto.
2.- Uso de materias primas de fácil y directa obtención.
3.- Práctica y aprendizaje del oficio de acuerdo a la tradición empírica.
4.- Nivel de escolaridad del artesano, correspondiente en términos generales a enseñanza escolar básica.
5.- Ingresos exiguos del oficio artesanal, y
6.- Tipología local de la plástica folclórica, diferente de la industrial (ibid.,1998)

Alfarería

De acuerdo a investigaciones realizadas hasta hoy, las prácticas alfareras se inician en esta región en el Período Alfarero Temprano (300 d.C. aprox.)1, continuando hasta nuestros días, como superviviencia de ancestrales tradiciones de raíz indígena tanto en el modo cuanto en la técnica de factura de un ceramio.

Locera, de El Copao, comuna de Pichilemu.




Para la confección de una vasija cerámica, se utiliza como materia prima la greda, que es extraída de minas ubicadas en cerros próximos a los lugares de vivienda, de manera similar a como se realizaba en el período indígena. Se escogen de preferencia aquellas arcillas que por su plasticidad no necesitan aditivos. Ejemplo de esto se aprecia actualmente en las localidades de Ciruelos (comuna de Pichilemu), Pueblo de Indios (comuna de San Vicente de Tagua Tagua) y Lima (comuna de Chépica).

La fabricación de una vasija cerámica comienza en el momento en que se deja «podrir la greda», esto es, se remojan en agua trozos de greda ligados naturalmente, hasta que se hidraten y ablanden, por un período de tres a cuatro días. Luego de esta etapa, el material resultante se amasa con los pies o las manos quedando así en condiciones de ser modelado. Para esto se utilizan como herramientas un pedazo de calabaza mate, un trozo de cuero o cordobán, piedras de río pequeñas y paletas de madera. Una vez confeccionada la vasija se deja «orear» para luego darle el acabado de superficie, que pude ser un pulido o bruñido dependiendo del tipo de vasija. Posteriormente se cuece con desechos animales en un horno semiexcavado en el sector exterior de la vivienda. Estas prácticas se mantienen actualmente en los mismos términos que consignan los cronistas y viajeros (Del Río y Tagle, 1998).


Vestuarios típicos
Doñihue

Artesano de la VI región
La principal característica de Doñihue es su artesanía, de gran prestigio nacional, basada en la confección de las coloridas mantas, chamantos y fajas, tejidas a telar con técnicas ancestrales y que son partes importantes del atuendo usado por el huaso, personaje típico chileno.


Lolol
Este pueblo se ha convertido en un importante centro de servicios para los visitantes, quienes además pueden adquirir artesanía típica, entre la que destacan sombreros y chupallas de paja teatina, mantas, frazadas, ponchos y tejidos a telar con lana cruda, la cual es teñida con productos naturales.

Pumanque
Su principal característica la constituyen los tejidos trabajados en rústicos telares, con lanas naturales, teñidas con raíces y productos vegetales dando forma a mantas, frazadas, chalones y chamantos.

Alfarería
De acuerdo a investigaciones realizadas hasta hoy, las prácticas alfareras se inician en esta región en el Período Alfarero Temprano (300 d.C. aprox.), continuando hasta nuestros días, como supervivencia de ancestrales tradiciones de raíz indígena.
Cestería de Chimbarongo




Para la confección de una vasija cerámica, se utiliza como materia prima la greda, que es extraída de minas ubicadas en cerros próximos a los lugares de vivienda, de manera similar a como se realizaba en el período indígena.
Se escogen de preferencia aquellas arcillas que por su plasticidad no necesitan aditivos. Ejemplo de esto se aprecia actualmente en las localidades de Ciruelos (comuna de Pichilemu), Pueblo de Indios (comuna de San Vicente de Tagua Tagua) y Lima (comuna de Chépica).
La fabricación de una vasija cerámica comienza en el momento en que se deja «podrir la greda», esto es, se remojan en agua trozos de greda ligados naturalmente, hasta que se hidraten y ablanden, por un período de tres a cuatro días.
Luego de esta etapa, el material resultante se amasa con los pies o las manos quedando así en condiciones de ser modelado. Para esto se utilizan como herramientas un pedazo de calabaza mate, un trozo de cuero o cordobán, piedras de río pequeñas y paletas de madera.
Una vez confeccionada la vasija se deja «orear» para luego darle el acabado de superficie, que puede ser un pulido o bruñido dependiendo del tipo de vasija. Posteriormente se cuece con desechos animales en un horno semiexcavado en el sector exterior de la vivienda.
Estas prácticas se mantienen actualmente en los mismos términos que consignan los cronistas y viajeros.
Las formas de las piezas en cerámica concuerdan con el uso que se les da, de tal manera que las grandes vasijas se asocian fundamentalmente con almacenamiento de granos y bebidas alcohólicas. Las vasijas medianas sirven de recipiente para líquidos (algunas de estas vasijas se complementan con filtros de piedra para agua) y también para tostar granos (callanas) y cocer alimentos. Las formas pequeñas se asocian a escudillas, platos, pipas, adornos, etc.
Este oficio de gran importancia, tal vez el más difundido en Chile y cuyo producto fue exportado en el pasado a Perú y España, fue conocido por el nombre de «búcaros» de la América Meridional.
Se ha trasmitido por generaciones y se ha mantenido vigente y sin grandes alteraciones en su técnica. Está en vías de desaparecer especialmente por el desinterés de las generaciones jóvenes hacia esta actividad que requiere un gran esfuerzo y dedicación y tiene una compensación económica muy precaria.

Cestería
Desde épocas remotas el hombre ha utilizado las fibras vegetales con múltiples propósitos: en paredes y techos de viviendas y bodegas, en cestería, sombreros, sillas, esteras, escobas, en la actividad agrícola (amarra de viñas, calafateo de vasijas de madera para vino, cercos, etc.).
Entre las más usadas se encuentran especies de ciperáceas: totora, batro, carrizo y quelmen; gramíneas: teatina, trigo y maíz; salicáceas: mimbre, baccharis: chilca o chilquilla, tesaria: sorona, brea o calafate y chusquea: quila y colihue.
Las condiciones climáticas de esta región impiden la conservación de la mayoría de los elementos confeccionados a partir de fibras vegetales (canastos, sombreros, esteras, etc.), por lo que difícilmente forman parte del registro arqueológico.
En cestería solamente hay evidencias de dos restos arqueológicos, ambos encontrados en sectores de altura, en Doñihue y en Pangal y en referencias documentales se menciona la existencia de un puente de cuerda y mimbre de factura incaica, instalado entre el cerro Orocoipo y el cerro Trocalán que permitía cruzar el río Cachapoal.
La calabaza o «guada», de gran tamaño, fue utilizada también como depósito y como vasija para fermentar chicha.
Los tallos de las ciperáceas antes mencionadas fueron utilizados por los indígenas para enmangar las puntas de proyectil y para construir y techar sus viviendas. En la actualidad estos elementos todavía se usan en techumbres, en los sectores aledaños al lago Rapel y Lolol.

El mimbre
Aún cuando no contamos con referencias documentales que explícitamente se refieran a prácticas de cestería, y asumiendo el origen reciente (en los años cincuenta) de esta artesanía en la localidad de Chimbarongo, creemos que el conocimiento que de ella tienen los habitantes de toda la región, por generaciones, avalaría la factura y el uso de dicha artesanía desde tiempos inmemoriales.
Las formas que han llegado hasta hoy se adecuan al uso, es así como encontramos grandes canastos para almacenaje o traslado de especies: canasto papero o cosechero, cuna (para pan), canasto para pescado, canasto leñero, canasto para la ropa, etc. Canastos medianos: para pasteles, tapado, maleta de pic-nic, de ropa, de huevos, de «vicios» (mate, yerba, azúcar), costurero, etc. Y canastos pequeños para diferentes usos. Además se utiliza hasta hoy la varilla de mimbre para la confección de secadores de ropa, de canastillos para flores, y para forrar chuicos y damajuanas, y para muebles como sillas, veladores, pisos, mesas, etc.

El sombrero

Sombrero de mimbre
Las fibras vegetales, además de tener una connotación utilitaria, alcanzan un valor estético significativo en una prenda del atuendo tradicional de la región: el sombrero. A través de referencias bibliográficas y grabados, se ha logrado reconstituir los diferentes modelos usados desde el siglo XVI hasta la fecha, los que generalmente tenían relación con el oficio desempeñado.
Las fibras utilizadas serían la teatina, el trigo, el mimbre y el maíz. Los centros donde todavía se fabrican los sombreros son de antigua data: La Lajuela (comuna de Santa Cruz), San Pedro de Alcántara y alrededores (comuna de Paredones), Las Cabras y Chimbarongo. Se aprecian diferencias en la materia prima y en las técnicas utilizadas para su confección.

La Lajuela y Alcántara utilizan teatina y paja de trigo, respectivamente, en ambos sectores existe hoy una especialización en este trabajo, es decir hay artesanos que sólo fabrican trenzas, otros recogen la paja y sólo unos pocos son capaces de realizar el trabajo completo, que además de los pasos mencionados, implica teñir con vegetales, coser las trenzas para dar forma al sombrero, encolarlo y plancharlo.
En Paredones y en Chimbarongo se utiliza la fibra sin trenzar ni coser. En el primero se «machaca» para obtener una sección más plana y en el segundo se teje el mimbre de manera similar a los canastos. Sombreros similares a los de esta última localidad se hacen también en el sector llamado Birintún (Pumanque), y se fabricaban también en El Manzano.
Los sombreros presentan tonalidades diversas. Primitivamente la tintura se obtenía de vegetales: por ejemplo, el color negro provenía del rovo -barro negro recogido a orillas de lagunas o esteros- y los tonos café-grisáceos de los tallos del quintral. Actualmente sólo algunas artesanas continúan con este sistema, otras han optado por las anilinas fabricadas en forma industrial.

Artesanía en cuero

Montura en cuero

Junto a las fibras vegetales, el hombre utiliza el recurso animal para alimento (leche, carne), abrigo (pieles, lanas), fabricación de implementos agrícolas, monturas, arneses de coche, correones, cordobanes, riendas, jáquimas, etc. (cueros), jabones y velas, etc. (cebos y aceites) y para la industria alimenticia (huesos y sangre).
El uso exclusivo de pieles se relaciona preferentemente con períodos arcaicos, prehispanos. Algunos cronistas del siglo XVI al referirse a los habitantes de esta región, los describen como «vestidos de pellejos».
Entre los elementos fabricados total o parcialmente de cueros podemos mencionar los ranchos que cuando eran confeccionados con este material se denominaban «tumbados» o «tumbaos». Referencias del uso de este tipo de viviendas se encuentra en documentos coloniales respecto a los indios TaguaTagua (1744).
Otro uso de este elemento lo vemos en las balsas de lobo, características de los pueblos pescadores del Norte Chico y probablemente de la Zona Central, conocidos como changos.
Existe abundante información documental hasta el siglo XVIII en que se menciona el uso de esta embarcación en el sector costero y para atravesar los caudalosos ríos.
Un tercer uso fue como lagar para almacenar chicha en el proceso de elaboración de la misma. Todavía permanece en uso en algunos sectores costeros de la región, en la comuna de La Estrella.



Cutra o Kutra



También se utilizó y aún es usada por algunos arrieros de la región, la kutra o cutra, que consiste en la piel de un caprino o ternero nonato desollado prolijamente y a la que se le han cerrado con tapones de madera, las aberturas correspondientes a las manos, patas y con tiento la abertura de la cabeza, con el propósito de acarrear chicha o harina tostada, en las largas y extenuantes jornadas de arreos de ganado hacia y desde la cordillera andina.
En el siglo pasado y hasta hace algunos años también se fabricaban las cámaras de neumáticos y se utlizaban para transportar aguardiente de destilerías clandestinas ubicadas al pie de los cerros.

Artesanía textil
Además de la utilización de cueros para vestimenta, desde épocas muy tempranas se menciona el uso de las prendas textiles.
Referencias documentales en esta zona sobre la fabricación de ellos, exponen que en 1584, con la instalación de un obraje de paños en tierras de Coruntue, de propiedad del encomendero don Alonso de Córdoba el Moço, se fabricaban «paños, frezadas, jergas y otros géneros de ropa» (Planella, 1988).

En épocas posteriores, los jesuitas continuaron con la producción de estos elementos, en instalaciones ubicadas en la iglesia de La Compañía, próxima a la localidad de Graneros.
La lana tratada se empleaba y aún se emplea para la confección de ponchos que, al decir del viajero Edmond Reuel Smith, quien pasó por Chile en el siglo XIX, «eran superiores a los ingleses, porque cuando se mojaban se ponían tiesos y compactos impidiendo que el agua penetrara, de manera similar a la protección que brinda el techo a la casa»1. Esta indumentaria fue y ha sido usada por todo tipo de personas, especialmente campesinos, independien-temente de su condición social.

Mantas, fajas y otros textiles


Ponchos típicos


Otra pieza de valor para la gente de campo es la manta. Tiene la misma forma que el poncho, pero es más corta y de colores más vivos. Se adorna con listas verticales de diferentes tonalidades.
Otras piezas textiles son la faja -que completaba el atuendo del huaso y que era preferentemente de color rojo, pero en la actualidad su uso ha ido disminuyendo-, la testera (pequeña faja tejida con flecos en sus extremos que servía para adornar la testa de los caballos), las alforjas o prevenciones (bolsas tejidas y ornamentadas con dibujos y borlas unidas con tirantes, que se usaban para llevar comestibles cuando se viajaba a caballo), las bolsas tabaqueras, los rebozos, y las chalinas.





Un textil que se teje escasamente en esta época, es el choapino, pequeña alfombra de gran colorido, hecha en técnica de nudo de alfombra, en las localidades de Navidad y Cabeceras (Paredones). Se usaba sobre las monturas.
Esta prenda textil fue ampliamente utilizada por los mapuches, quienes la denominaron como chañuntucu.

Choapino de Paredones
Los textiles implicaron un conocimiento e instrumental especializado que aún se aprecia en algunos sectores.
De acuerdo a investigaciones realizadas en esta región, se sabe que la actividad textil todavía se desarrolla en aproximadamente cincuenta localidades, donde aún tejen principalmente mantas y frazadas de lana de oveja sin teñir. Para este fin, se sigue usando un telar indígena, que se apoya en los muros y se complementa con el huso, la tortera, en ocasiones la rueca y la paleta.
Se utiliza también otro tipo de telar, vertical y estacado en el suelo, de escasa presencia en la región, o con una tarima de madera, característico de la zona de
Doñihue, en el que se teje una prenda de gran riqueza técnica y ornamental, utilizada por el huaso chileno como atavío de gala, especialmente en festividades ecuestres, criollas y religiosas: el chamanto.
No obstante que el uso del atuendo de huaso ha ido decreciendo, esta prenda se sigue confeccionando, contribuyendo por lo tanto a mantener vigente esta tradición, constituyéndose en el textil símbolo de Chile.
Existe un tercer telar, el de mayor uso, de origen europeo e introducido por los españoles. Es horizontal, con lizos y pedales, corresponde a un concepto más mecanizado de tejido en el que se teje gran cantidad de metros de tela que posteriormente se corta. Se conoce como telar español, rústico o de bayeta.

Telar vertical Telar horizontal

Este telar se utilizó en los obrajes y en la actualidad se fabrican en él principalmente frazadas.
Paralelo al atuendo del huaso, el caballo requiere de un apero adecuado que consiste en frenas, riendas, testera, montura, sobrecincha y estribos, confeccionadas por los respectivos artesanos: talabarteros, estriberos, espueleros.
Estas actividades aunque muy disminuidas, siguen vigentes en esta región.
Juegos, deportes y cultivo de destrezas
Junto a las actividades laborales descritas, el hombre dedica una parte importante de su tiempo libre a la recreación. Ella implica una organización y obedece a patrones de conducta compartidos por un grupo o comunidad, cuya finalidad es lograr una meta por suerte o habilidad.

En épocas prehispanas existió un fuerte vínculo entre la entretención y la adquisición de destrezas. El hombre debía estar preparado para enfrentar al medio, de tal manera que en algunos momentos la actividad de caza debió ser requisito indispensable para la supervivencia.
En momentos posteriores y ya con un relativo dominio del entorno, estas actividades de caza derivan por ejemplo a las «zorreaduras» todavía vigentes en esta zona, a la caza de guanacos y leones, actividad no desarrollada actualmente por tratarse de especies en extinción.
De acuerdo a la información bibliográfica existente, se menciona en esta zona, el juego de la chueca, palín o palicán, como una actividad relevante de los indígenas denominados «promaucaes», quienes mediante estas prácticas resguardaban tradiciones ancestrales, lazos de parentesco y territorialidad, amenazados y desarticulados por la presencia hispana. Con el transcurso del tiempo y la disminución de la población indígena, este juego se extingue en esta región.
Los juegos de la «pallalla» y la «huaraca», por su etimología, tienen también una raíz indígena y son jugados en algunas escuelas rurales hasta hoy, especialmente por mujeres.
Aparecen nuevos juegos de influencia hispana como es el caso de la rayuela, que según algunos autores se origina en los cuarteles y se populariza; según otros, se identifica con el juego conocido ya por los mapuches como tecum y jugado con tejos de piedra de distintos tamaños y de colores negro, rojo y blanco.
Este juego se arraiga con tanta fuerza que persiste en la actualidad con escasas modificaciones. Se juega con piezas metálicas, de plomo, fierro o bronce, de forma circular y consiste en largar los tejos sobre una raya señalada o sobre una lienza tensada. Los tejos que caen sobre la lienza tienen mejor puntaje que los que caen sobre la orilla.
En la época colonial se jugaba a los naipes (la brisca, la brisca rematada, el monte, el rocanbor, el tresillo, la escoba), las tabas, al palo encebado, al trompo, al luche, al volantín, a las carreras de ensacados, a las bolas; entre los juegos a caballo estaban las alcancías, el correr cañas, el correr sortijas, las carreras a la chilena, las topeaduras y el rodeo, que con el tiempo se convirtió en el deporte nacional, siendo la ciudad de Rancagua el lugar donde se define cada año el campeonato.
Durante el año se realizan rodeos a lo largo de Chile, donde compiten los huasos en colleras, con el objetivo de obtener puntaje para clasificar y acceder a la final nacional.
Este deporte habría tenido su origen en cuatro faenas agrícolas de la Colonia: la rodeada y la aparta del ganado realizada por dos jinetes, la trilla a yeguas en un corral circular que se transforma en pista de medialuna; la topeadura, prueba de fuerza tradicional entre dos jinetes o entre un jinete y un vacuno, y la modalidad de los torneos caballerescos, especialmente del juego de las parejas, en lo que respecta a usos y conductas tanto de los jinetes como del público. (Ver Arte popular o folclor)
Fuente Internet:
www.pro-ohiggins.cl/libro/cuerpo/4_1.asp


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