viernes, 27 de marzo de 2009

El legado de tres películas cruciales y un movimiento dudoso

FUENTE: LA TERCERA
27/03/2009


Valparaíso mi amor




Tres tristes tigres




El Chacal de Nahueltoro



¿Qué queda, a 40 años del estreno de Valparaíso mi amor, Tres tristes tigres y El Chacal de Nahueltoro? Aún sorprenden y emocionan, pero no es claro que hayan definido las bases del Nuevo Cine chileno y dejado una continuidad.
por Pablo Marín



"El 69 aparecimos nosotros, los chilenos", comentaba orgulloso Miguel Littin a fines de 2005, en una conferencia para universitarios. "Ruiz, construyendo fantásticas torres de cristal en las noches inciertas de un Santiago incógnito, Aldo Francia recorriendo los cerros de una ciudad sin puerto en Valparaíso mi amor, y El Chacal de Nahueltoro, diminuto entre las grandes piedras del Río Ñuble, pisando la tierra, casi bailando una trágica cueca", agregaba.

El realizador de El Chacal de Nahueltoro recordaba el momento del cine chileno, cuando esas tres películas llegaron al VI Festival de Cine de Viña del Mar -y II Festival del Cine Nuevo Latinoamericano-, junto a la obra de unos 130 realizadores de 10 países. En Viña campeaba la idea del cine que se acomete con "una cámara en la mano y una idea en la cabeza". La muestra fue vitrina de películas esenciales, como La hora de los hornos, de los argentinos Fernando Solanas y Osvaldo Getino -"agitación y propaganda" en clave de peronismo zurdo-, y una cubana que hay que ver antes de morir: Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea.

Si, de un lado, había un nuevo cine latinoamericano, nobleza obliga, tendría que haber también un Nuevo Cine Chileno. La etiqueta no tardó en quedar bien impresa. Varias veces, antes y después, se han anunciado "nuevos cines" locales, pero la marca se asocia unívoca y automáticamente al señalado tríptico. Una suerte de "santísima trinidad".

MISERIA EN EL PUERTO
La película inaugural fue Valparaíso…, ópera prima del pediatra Aldo Francia (1923-1996), fundador del Cine-club de Viña del Mar que organizó el festival. Su filme rescata una tragedia asordinada: el protagonista es un matarife desempleado, padre de seis hijos, al que llevan a la cárcel por carnear animales ajenos. La miseria, la delincuencia, el hacinamiento, estaban en la base del filme, así como lugares entrañables de la ciudad.

Azuzado en su vocación por Ladrón de bicicletas (1948), Francia sería blanco de otra etiqueta: neorrealista. Pero como toda etiqueta, esta no decía mucho. No hablaba del dolor, la culpa, la curiosidad y la provocación que envolvió meter el dedo en la llaga del problema social y optar por un realismo crudo y a veces redentor. Por lo mismo, la cinta recibió más de un pastelazo. El día en que la mostró en el cine Velarde del puerto, un tipo en el urinario, sin mirarlo, la calificó de "cagada". Pero también hubo quienes la defendieron y no fueron pocos. Se le crea o no a su director cuando decía que Valparaíso… tuvo en el mundo 60 millones de espectadores, la inmortalidad de la película es casi una certeza.

EL ANTIHEROE
Para cuando Miguel Littin (1942) estrenó su primer largometraje, el protagonista era una figura más que recordada: el "Canaca", un afuerino que no recibió "educación de naiden", fusilado en Chillán, en abril de 1963, por la horrorosa muerte de su conviviente y de los cinco hijos de ella. Fue un caso policial de nota, sin duda, pero fue más que eso. El episodio habló de miseria, alcoholismo, brutalidad, abandono y exclusión. El proceso judicial, que terminó ejecutando a un rehabilitado, sólo hizo más paradójico el cuadro. Y más significativa la realización de una película con tamaño antihéroe.

Anclada en un realismo inquisitivo, la cinta fue también bendecida por una colusión de talentos del Cine Experimental de la U. de Chile. Porque convocó a Pedro Chaskel, el montajista chileno por antonomasia, Héctor Ríos y su fotografía urgente, la música de Sergio Ortega y la gráfica tan de su época de los hermanos Larrea. Los roles protagónicos fueron asignados a Shenda Román y Nelson Villagra. En su hora, la cinta cortó casi 215 mil boletos y fue auténtico taquillazo local.

VIA CHILENA AL REALISMO



Raúl Ruiz (1941) se asomó más oblicuamente, en su debut fílmico, a un país de rasgos poco amables. El suyo es un Santiago impreciso y etílico, capaz de mutar, cuando menos se lo piensa, en una ciudad de la furia. La película se llamó Tres tristes tigres, con Nelson Villagra (Tito), Shenda Román (Amanda) y Jaime Vadell (Rudy), y se valió de la obra teatral de Alejandro Sieveking. En dos actos que se desarrollan en un departamento, Sieveking mostraba a este trío compuesto por un descendiente de yugoslavos asimilado entre los "pitucos" (Rudy), y una pareja de hermanos de clase media empobrecida. Rudy trata de ascender en la escala social de forma algo turbia y Tito, que trabaja para él, llega a prostituir con él a su hermana. Ruiz conservó el incidente, pero amplió el teatro de operaciones.

Tras el estreno, Ruiz señaló que, de cara a los Tigres, le había parecido "fundamental realizar un cine que provoque una identificación o, mejor dicho, una autoafirmación nuestra a todos los niveles, incluso los más negativos".

Aunque el desafío de Ruiz pasó un poco de largo con el público -17 mil boletos-, generó gran disparidad y apasionamiento inéditos. "No hay cómo explicarla", señaló un comentarista en La Tercera. Yolanda Montecinos anotó que Ruiz hablaba "un idioma propio, elocuente y expresivo" y "consigue de sus actores matices y situaciones aún no logradas en nuestro medio".

Menos deshilvanada de lo que se creyó, la cinta reivindica la violencia y los sinsentidos del ser chileno: el mozo de una quinta de recreo esparciendo aserrín sobre la sangre de un acuchillado; el parroquiano entrometido en la mesa de Rudy -"Perdón, ¿molesto?"-; Tito, dando una pateadura a Rudy mientras un vecino curioso pregunta, a un metro de la situación, "¿hace rato que le están pegando?".

LO QUE QUEDA
Tres tristes tigres cierra con Tito vagando por las calles santiaguinas al compás de Cuando te encuentro, bolero sangrante cantado por Ramón Aguilera que también se escucha en Valparaíso, mi amor. En la película de Francia, adicionalmente, se usó la misma cámara que en los Tigres. Pero esta accidental colaboración es sólo eso: una coincidencia accidental. El "Nuevo Cine chileno", acotado como está a tres películas, es una etiqueta particularmente equívoca. Es más bien el producto de un momentum feliz.

Si las tres películas fueron tan emblemáticas fue porque mostraron en 1969 una producción local en alza. Sobre todo por la entrada previa del cine a las universidades, la consolidación del documental, la emergencia de la TV y el propio certamen viñamarino, donde tanto realizador local se dio cita.

Con todo, esa "versión estándar" que Ascanio Cavallo denuncia en el libro Explotados y benditos respecto del Nuevo Cine, se afirma en una constante: la veneración de esa trinidad y la tendencia a ignorar al resto.


El asunto huele a injusticia respecto de títulos como Largo viaje (1967) de Patricio Kaulen (1921-1999), apenas dos años mayor que Francia y eternamente excluido. ¿Por representar a la "vieja guardia" del celuloide? ¿Por su proximidad al gobierno de Frei Montalva? El reduccionismo también lastimó a Helvio Soto (1930-2001), jefe de Littin en Canal 9, que en 1967 estrenó la exitosa comedia romántica Lunes 1, domingo 7 y Caliche sangriento, western marxista sobre la Guerra del Pacífico, inicialmente prohibido por presuntas ofensas al Ejército. Más perjudicado fue Luis Cornejo (1924-1992), a quien más se recuerda por sus cuentos de Barrio bravo que por su película El fin del juego (1970).

Así las cosas, parte del legado del Nuevo Cine es la controversia. Y además, "el descubrimiento de la realidad nacional en tipos, ambiente y lenguaje", como reportó para Ercilla Hans Ehrmann desde el mismo festival. En términos de herencia, el asunto es menos obvio.

Francia sólo hizo un largo más (Ya no basta con rezar, 1972). Ruiz dirigió en Chile películas que pocos vieron, con la excepción de Palomita blanca (1973). Su espíritu antropológico se siguió advirtiendo en la obra de Cristián Sánchez (El zapato chino, Los deseos concebidos) y en títulos como No tan lejos de Andrómeda, Y las vacas vuelan y El pejesapo. Littin, por su parte, pasó gran parte del gobierno de Allende trabajando en La tierra prometida (1973), que no alcanzó a llegar a salas.

Pasados 40 años, se diría que la hoy premiada y prolífica producción local, con 21 películas el año pasado, vive su propio buen momento y para qué andar con nostalgias. Pero darle una oportunidad a varias o a todas las películas de esa época ayuda a marcar distancias. Se recomienda hacerlo con ánimo de sorprenderse.




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