Las huellas de MONSEÑOR CARO
Primer cardenal chileno Testimonios de su vida:
Las huellas de Monseñor Caro
La figura acogedora del prelado, quien nació en un pequeño pueblo de Colchagua y que con el tiempo se convirtió en una popular y respetada personalidad nacional, resurge a cinco décadas de su muerte.
MAITE ARMENDÁRIZ AZCÁRATE
Todo Santiago se volcó a las calles para rendirle honores, tal como lo recibieron cuando llegó de Roma investido de cardenal. Al paso de su cortejo fúnebre, las bandas resonaron y más de un millón de personas, según testigos, saludaron su frágil cuerpo, expuesto en una camilla sobre el ataúd. Los mismos ministros de Estado fueron los encargados de trasladarlo sobre sus hombros durante su sepelio en la Catedral Metropolitana.
Desde su nacimiento en un hogar de campesinos, en la localidad de Ciruelos de Pichilemu, se impuso su carácter especial. Sobresalió como alumno y seminarista, por lo que fue elegido para estudiar en Roma. Regresa en 1890 como doctor en teología, en una época donde en Chile las personas que alcanzaban ese título eran contadas con la mano. Rápidamente es designado como Vicario Apostólico en Tarapacá, y durante 15 años ejerce su ministerio en el norte, hasta que el Vaticano eleva a sede arzobispal a la zona de La Serena. Caro se convierte en su primer arzobispo. Más tarde, tras renunciar monseñor Campillo en la sede metropolitana, Pío XII lo nomina arzobispo de Santiago, en 1939. Seis años después, el mismo pontífice lo designa como el primer cardenal chileno en la historia del país. Ejerció ese cargo hasta su muerte, el 4 de diciembre de 1958.
Tenía su personalidad, don José María. Vegetariano, se alimentaba con mucha moderación -aunque cuentan que le encantaba comer virutas de San José, unas galletitas delgadas que le hacían unas monjas- y gustaba de andar a caballo. Tenía la costumbre de no dejar pasar un día sin realizar alguna visita a los hospitales, y especialmente a las salas de maternidad. Vivía pobremente, y cuando lo nombraron cardenal optó por ahorrar y adquirió los ropajes usados que habían pertenecido al cardenal jesuita Pietro Boetto, recién fallecido. "Salía a la calle sin solideo ni anillo y ocultaba el pectoral bajo la negra sotana, sin ribete morado", asegura Fidel Araneda en "Historia de la Iglesia en Chile".
Durante su larga vida pastoral, el infatigable prelado enseña griego y hebreo en el Seminario, organiza el IV Congreso Eucarístico Nacional, en 1928; escribe un centenar de obras de carácter apostólico -como "El matrimonio cristiano" y "Por qué creo"- y duplica la cantidad de parroquias en Santiago (durante su gestión se levantaron 67 parroquias nuevas).
Su especial devoción por la Virgen María lo mueve a organizar en 1942 el primer Congreso Mariano Nacional, y desde allí llama a erigir un "templo nacional", para cumplir con la promesa de los padres de la patria. Dos años después coloca la primera piedra de la actual Basílica de Nuestra Señora del Carmen de Maipú.
"Nada lo hizo más feliz", asegura Pilar Díaz. Su padre, Fernando Díaz Thomas, fue secretario general de la construcción de la obra de Maipú desde 1956 y encabezó la causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios que se abrió tiempo después de la muerte de Caro. Durante décadas se ocupó de guardar y mantener todo lo que tuvo significación en la vida del prelado: "En mi casa guardó los muebles con sus escritos, sus libros, sus ropas e innumerables documentos ", explica Pilar Díaz, enfermera de urgencia del Hospital del Salvador, quien al morir su papá y al cabo de unos años entregó este legado al padre Hans Kast, canciller del Arzobispado de Santiago y director, por tanto, del Archivo Histórico de esa institución.
El sacerdote Kast explica que la causa para que el Cardenal Caro sea declarado santo está abierta e introducida y sigue su curso desde que fue presentada por acuerdo del Comité Permanente del Episcopado, en mayo de 1968, y ratificada por el Cardeanl Raúl Silva Henirquez en una carta enviada a Juan Pablo II, el año 81. El sacerdote Kast se muestra confiado en que la misa celebrada el jueves pasado en la Catedral, para recordar la figura del cardenal, pueda reactivar el proceso.
El escenario histórico
"Caro alcanza el título de primado de la Iglesia Católica cuando se genera un cambio político importante en Chile. Sin embargo, él ejerce un rol fundamentalmente componedor", afirma el historiador Joaquín Fermandois. Recuerda que la imagen del prelado es la de un hombre santo y ecuánime, que se transforma en un símbolo de la Iglesia desde que Pío XII lo nombra cardenal, "pero no es líder exactamente entre sus pares", acota el historiador, autor de "Reflexiones sobre Historia, Política y Religión" (ediciones PUC 1988). Lo visualiza más bien como el último componente conciliador de una Iglesia militante frente a lo público y el Estado: "Caro se arregla con los gobiernos radicales, más bien masónicos, con componentes de derecha e izquierda. En lo político, tiene simpatías social cristiana".
Fermandois recuerda que en las cartas a los embajadores ante la Santa Sede, Jorge Alessandri cuenta que monseñor Caro se inclinaba a votar por Frei, pero a raíz de la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia había cambiado su voto: "El Cardenal era muy anticomunista. Pero esa sensibilidad no producía críticas. Mientras vivió, la Iglesia estuvo bien, logra mantener la espiritualidad como centro de su acción. Muere y comienza la crisis". El historiador piensa que el religioso "alcanza el cargo de cardenal con bastante edad, lo que le impide hacer más".
A juicio de monseñor Jorge Medina, "Caro murió con las botas puestas. A pesar de sus años y de su salud debilitada, nunca abandona sus deberes". Recuerda que pocos días antes de fallecer, su auxiliar, monseñor Tagle, acude a Curacaví a celebrar una masiva confirmación. Caro viaja a ayudarlo, pues le preocupaba la extrema delgadez de su compañero; pero regresa casi moribundo. "Actuaba, como habría dicho San Alberto Hurtado, pensando 'qué me pediría Dios en este momento'" .
"Jamás, en los cuatrocientos años de vida católica de nuestra patria, un prelado chileno estuvo tan íntimamente unido a sus coterráneos", asegura Fidel Araneda Bravo en su "Historia de la Iglesia en Chile". Así también lo constató el cardenal Medina entre los años 1954 al 1957, cuando fue su secretario: "Era un hombre de Dios, nunca lo vi tratando de ganar posiciones o renegar de sus orígenes sencillos, a pesar de que tenía una gran cultura". Agrega que Caro manejaba el latín con maestría y era capaz de descubrir las fallas aun cuando sólo lo escuchara. "Su misma independencia y santidad de vida le daban una autoridad moral enorme, y por ello gozó del respeto de todos los gobiernos", concluye el cardenal Jorge Medina.
Cardenal Caro, un hombre de Dios
El Evangelio era para el Cardenal José María Caro el definitivo punto de referencia de su existencia, dijo el Cardenal Jorge Medina en la misa en memoria de quien fuera el séptimo Arzobispo de Santiago, al conmemorarse 50 años de su fallecimiento.
Con una misa en la Catedral Metropolitana, en la tarde del jueves 4 de diciembre, la Iglesia de Santiago recordó al Cardenal José María Caro Rodríguez al cumplirse 50 años de su fallecimiento. La eucaristía fue presidida por el Cardenal Jorge Medina, en ausencia del Cardenal Francisco Javier Errázuriz, quien por estos días se encuentra en Roma en visita ad limina. El oficio religioso fue concelebrado por Monseñor Antonio Moreno, Arzobispo emérito de Concepción; Monseñor Rafael Hernández, Vicario General de Pastoral de Santiago; Monseñor Juan Suárez, Deán de la Catedral; y los presbíteros Hans Kast, Bernardo Herrera y Pedro Narbona.
Entre los asistentes destacó un numeroso grupo de familiares de quien fuera el primer cardenal chileno. La Santa Misa fue ofrecida por Monseñor Juan Suárez, quien recordó al Cardenal Caro como un pastor cercano y bondadoso. Dijo que en su calidad de Arzobispo de Santiago había fundado 70 parroquias en la arquidiócesis.
Un verdadero pastor
“Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo de cerca pudimos percibir en él un acervo de cualidades humanas y de virtudes cristianas y sacerdotales, que imponía un profundo respeto y admiración”, señaló el Cardenal Jorge Medina en su homilía. “Era un hombre recio, perseverante, sufrido, sacrificado, modesto, ajeno a cualquier tipo de vanagloria, dotado de un altísimo sentido de la responsabilidad, capaz de discernir en situaciones difíciles y de tomar decisiones aunque ellas fueran ingratas y dolorosos. Jamás influyeron en él ni la búsqueda de ventajas personales ni la acepción de alguien que por motivos que no fueran sus cualidades o sus méritos. Era un hombre justo y si hacía en alguna oportunidad un juicio menos favorable, jamás lo exteriorizaba a no ser por razones del todo objetivas. Nunca se dejó llevar por preferencias políticas ni fue débil ante las autoridades: las trató con el respeto debido al cargo que desempeñaban, pero conservando él mismo una independencia y autonomía que nada tenían de prepotencia o de búsqueda de poder. Fue un varón leal y sincero, un hombre sin doblez, una persona coherente”.
“Pero la personalidad del Cardenal Caro –agregó Monseñor Medina, en su homilía- no solo fue admirable por su contextura humana, rica como un roble, recia y sufrida como un espino de la costa, el Cardenal Caro fue un verdadero pastor. Asumió todas las responsabilidades apostólicas que sus superiores y el Santo Padre le encomendaron y las ejerció con ardiente celo, con abnegación, amorosamente, sin quejarse nunca y aprovechando cualquier ocasión que se le ofreciera para sembrar la Palabra de Dios y para evangelizar a quienes estaban confiados a su responsabilidad de pastor.
Fue un apóstol de la palabra escrita y fueron muchos los escritos que salieron de su pluma, todos inspirados en su ardiente celo de que el Señor Jesús fuera conocido y amado. Fue un catequista dotado de gran sentido pedagógico, predicó con vigor e incluso no rehuyó algún tema polémico, no por el placer de la lucha, sino por su acendrado amor a la verdad. Cuando debió decir las cosas poco gratas a su interlocutor, lo hizo con firmeza y, a la vez, con discreción. Para él el éxito no consistía en vencer, sino en convencer”.
“José María Caro Rodríguez era un hombre de Dios. Vivía penetrado de la presencia de Dios. El Evangelio era para él el definitivo punto de referencia de su existencia”, señaló el Cardenal Medina en su homilía y terminó manifestando:”Elevemos a Dios nuestro corazón agradecido por el insigne don que Él hizo a nuestra patria en la persona virtuosa del Cardenal Caro. Agradezcámosle por los ejemplos de virtud que él nos legó. Recojamos el testimonio de su profunda piedad, recordando en este Mes de María, la devoción con que el venerado Cardenal honraba a la Madre de Dios, cada día, recitando tres veces cada día el Santo Rosario, práctica que él aprendió en su niñez, en la casa de sus abuelos.
Confiamos en que el Padre de las misericordias habrá acogido hace mucho tiempo el alma de este venerado pastor de la iglesia, y esperamos que, desde la gloria de los bienaventurados, el siervo de Dios José María Caro interceda por nosotros y nos proteja en los momentos difíciles que vivimos, en los que Dios es ignorado por tantos compatriotas y en que otros hacen mofa de su santa Ley”.
Fuente: DOP http://www.iglesiadesantiago.cl/
Santiago, 05/12/2008
Etiquetas: Cardenal Caro
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