Colchagua: Valle Colonial
COLCHAGUA VALLE COLONIAL
GALERÍA EMOL
La arquitectura desarrollada de la mano de los primeros españoles, se mezcla en estas fértiles tierras con otras expresiones que llegaron desde Europa durante el siglo XIX y principios del XX. Muchos de los fundos de la zona conservan estas magníficas construcciones, cuyas ambientaciones reflejan también respeto al pasado y a la tradición, sin dejar de lado la modernidad. Tres lugares de hospedaje recién inaugurados, la casona de la Viña Las Niñas y la casa de una familia santiaguina que se enraizó en el valle, dan cuenta de esto.
La familia Dauré es la tercera propietaria de esta casona de descanso construida a comienzos de siglo XX. En este sector del parque predominan palmeras, olmos y magnolios
La restauración contempló pintar lo estrictamente necesario. Hacia el exterior, las maderas de puertas y ventanas sólo se barnizaron.
Esta galería no es original, pero Sabine y Bernard la conservaron para crear un espacio de estar junto a los tres dormitorios de huéspedes.
Siguiendo el consejo de un amigo experto en vinos, los franceses Sabine y Bernard Dauré cruzaron el Atlántico y llegaron a Chile para formar la viña Las Niñas en el valle de Apalta. Años después de construir la bodega, y a poca distancia de ella, recuperaron una antigua casona, decorándola con cuidado, sin excesos ni estridencias, para vivirla cuatro meses al año y recibir en ella, cómoda y tranquilamente, a clientes, familiares y amigos.
En cuanto celebran Navidad en la Cataluña Francesa –región en la que tienen otras dos viñas– toman sus maletas y se vienen a supervisar acá los trabajos, y a pasar, entre comillas, sus vacaciones. "Los días siempre son parecidos al anterior: revisar las finanzas, ir a la bodega, leer lo más que se pueda y recibir en nuestra casa a clientes y gente relacionada con el mundo del vino, principalmente finlandeses, daneses, israelíes, belgas y, por supuesto, muchos amigos franceses. No salimos demasiado porque año a año tenemos mayor cantidad de huéspedes. Incluso hacemos más vida social de la que quisiéramos", cuenta Sabine con un dejo de resignación y en un español notable
Fue ella quien, caminando por los alrededores de la viña, descubrió esta casona, situada a casi dos kilómetros de la bodega. "Salí a pasear por el camino de tierra –hoy pavimentado– cuando descubrí la propiedad. Aunque el parque está lleno de árboles centenarios fue la buganvilia enorme la que atrapó mi atención. Enseguida me detuve en la casa, de arquitectura tan parecida a la francesa que me obsesioné con la idea de mirarla. Volví con Bernard, le dimos una propina al cuidador y él nos permitió recorrerla por completo. Fuimos muy afortunados".
Construida a comienzos del siglo XX como casa de veraneo, Sabine cree que los primeros dueños fueron los Fernández Errázuriz, quienes en 1973 la vendieron a Francisco López y su madre Domitila Cuevas. Los Dauré compraron la propiedad a fines de los noventa. "Llevaba seis años deshabitada y siempre he pensado que fue un milagro que no se quemara porque las instalaciones eléctricas se encontraban en un estado deplorable, con todos los cables a la vista", recuerda.
Para poner en marcha esta casa de 1.800 m2 distribuidos en dos niveles, fue necesario reforzar la estructura, habilitar nuevos baños y cambiar casi todo el piso de madera, que estaba podrido. Además, se rehizo su parque, una extensión de casi 7 há que se transformó en un lugar amigable y evocador. La parte del frente, donde aún destaca la hermosa buganvilia que cautivó a Sabine, conserva un carácter más bien inglés, con muchas palmeras, olmos y magnolios distribuidos con aparente naturalidad entre los recorridos. En cambio, la parte trasera tiene un aspecto más afrancesado, con plantaciones de naranjos y olivos junto al corredor perimetral, desde donde se observan los viñedos que se funden con el paisaje lejano.
- Pienso que esta casa ha guardado el espíritu con el que se construyó. A veces creo que es poco práctico tener la escalera afuera, pero decidimos dejarla ahí porque es parte de la historia de este lugar. Y aunque el maestro no entendía porqué no pintábamos toda la casa pareja en vez de dejar algunas partes sólo barnizadas, como puertas, ventanas y pilares, insistimos en ello porque según averiguamos así estuvieron originalmente. Teníamos claro que esta era una restauración y no una remodelación.
Con ese criterio en mente, y procurando crear espacios serenos, Sabine y su hija Estelle escogieron tonos crudos para las paredes, generando el marco óptimo para una decoración simple pero muy cuidada.La mayoría de los muebles los adquirieron en el galpón Brasil, entre ellos la mesa del comedor y la de la cocina, los sillones art deco que pusieron en algunos de los dormitorios y las sillas de Mies van der Rohe que se aprecian en el living. Las lámparas de sobremesa, los candelabros de pie y hasta los arrimos –todos de fierro– fueron hechos por los maestros de la bodega. "Mi hija hace los diseños y ellos, en sus momentos libres, durante el invierno, fabrican cada una de estas piezas. Son muy creativos, siempre están sorprendiéndonos con algo nuevo. Cuando llegamos este año, en enero, nos encontramos con varias mesitas de madera que se ven muy bien en los corredores, junto a los sillones de mimbre que trajimos hace un tiempo de Chimbarongo", cuenta Sabine.
- Me gusta que estos espacios sean despejados, cómodos. Eso, de verdad, es muy relajante para la mente. Aquí hemos comprado sólo lo estrictamente necesario, ni un adorno demás. Todo es muy simple, minimalista. Tú vez, las habitaciones de esta casa y sus armarios no atesoran recuerdos ni cosas de familia– sostiene Sabine, comentando que le gustaría implementar este mismo modo de vida en su casa de Francia, donde sí vive en espacios saturados de muebles y objetos. Por eso, según cuenta, cada vez que regresa a su país natal necesita al menos tres días para acostumbrarse al drástico cambio.
Jimena Silva Cubillos.
UN TROZO DE FRANCIA EN PANAMÁ
1. Cuando Álvaro Casanova regresó de Francia hizo en Panamá, Zapallar y Santiago tres castillos de similar diseño, tomando como referente los principios de la arquitectura francesa. Éste lo construyó sobre un zócalo de piedra, en la ladera de uno de los cerros de esta hacienda colchagüina.
A un par de kilómetros de Santa Cruz se encuentra esta calurosa localidad que sorprende con un fabuloso castillo asentado en la ladera de un cerro con vista a puros viñedos. Recientemente, sus dueños, Mario e Ignacio Núñez Puga lo acondicionaron como un pequeño hostal familiar, respetando su estética original.
Texto, Jimena Silva Cubillos Producción, Paula Fernández T. Fotografías, Sebastián Sepúlveda Vidal
2. Junto al acceso, y con una vista privilegiada al parque, Soledad Donoso y María Piedad Velasco armaron esta terraza con muebles de mimbre comprados en Chimbarongo. 3. La galería que conduce a la zona de servicio la ambientaron con sencillos muebles de madera.
4. Al centro de un patio interior, se ubicó esta pileta de fierro. "La puesta en marcha del hostal no responde directamente a un afán turístico, sino más bien a un rescate patrimonial", sostiene Soledad Donoso.
1. Este torreón cilíndrico siempre ha estado vinculado al dormitorio principal. Desde allí antiguamente, y a través de mirillas donde se ponían las escopetas, se amedrentaba a los cuatreros que frecuentaban la propiedad. 2. En el salón principal conviven muebles y objetos de origen francés, colonial e inglés.
3. La galería interior es el corazón de este hostal familiar que tiene siete dormitorios, cuyas puertas funcionan sin llave.
1. Bajo el óleo que recrea una escena típica de cacería, un par de butacas originales de la casa.
2. En anticuarios y restauradores de Santiago y Buenos Aires las decoradoras consiguieron los muebles y accesorios para vestir este hostal.
3. Todos los dormitorios se equiparon con catres de bronce encontrados en anticuarios y láminas vinculadas, principalmente, a la botánica.
Cuando el pintor Álvaro Casanova Zenteno diseñó la casa patronal de la hacienda Panamá, probablemente no imaginó que terminaría convirtiéndose en un hostal familiar que a veces presta servicios a la Ruta del Vino del Valle de Colchagua. Tomando como referente la arquitectura francesa que conoció mientras estudiaba en Europa, el célebre pintor chileno construyó para su padre este pequeño castillo de 1.200 m2, entre 1896 y 1901.
En 1927 la propiedad, emplazada a 16 km de Santa Cruz, fue comprada por Alejo Núñez Carranza. Al morir, su familia destinó las seis mil hectáreas a la siembra de trigo, garbanzos y trébol subterráneo, y estableció crianza de ganado y ovinos. Varias décadas trabajaron exitosamente el fundo, construyendo casas de inquilinos, puentes, bodegas y corrales.
Tras una pausa de dos años, a fines de 1975 parte de la hacienda –400 há, incluido el castillo con son sus dos torreones y algunas ventanas ojivales– volvió a manos de su hijo Mario Núñez Casanova. Según cuenta su hijo Mario Núñez Puga, "la casa fue ocupada por un grupo de agitadores de la zona, quienes después la desmantelaron. Casi todo el mobiliario se remató antes de la ocupación –salvo un par de sitiales, un ropero, una lámpara y algunas alfombras– y el interior quedó absolutamente destruido. Cuando murió mi papá, hace un par de años, con mi hermano Ignacio decidimos recuperarla para homenajear a mi padre, pues siempre le tuvo mucho cariño a esta propiedad", explica.
Si bien el primer paso lo dio Ignacio hace 26 años, cuando se radicó en Panamá y se focalizó en explotar nuevamente el fundo –produciendo frutas, uvas, trigo y garbanzos–, sólo ahora pudieron dedicarse a la restauración de la casona. "Entonces la prioridad fue el campo; el apuro nos llevó a adaptar sólo un dormitorio, un baño y la cocina".
Afortunadamente –dice Mario– la estructura de albañilería resistió el abandono, pero tuvieron que volver a forrar los muros con adobe y sólo pudieron recuperar parte del parqué, que finalmente reinstalaron en las áreas de estar. También fue necesario reconstruir la cocina, instalar más baños, poner calefacción, mejorar el sistema eléctrico y el de agua caliente. Restauraron las puertas, ventanas, chapas y españoletas. Todo, con gran respeto por la estética original de la casona.
Siguiendo los consejos del decorador Francisco Monge, quien visitó la casa justo antes de su restauración, Ignacio y Mario empapelaron los muros, escogiendo diseños similares a los de antaño, y pintaron los cielos, las molduras y las coronaciones con los mismos colores de siempre. "Por suerte, como habíamos pasado veranos interminables acá, teníamos bastante claro cómo era la casa".
Bajo el mismo criterio, Soledad Donoso y María Piedad Velasco asumieron la tarea de ambientar el castillo. "Recorrimos los anticuarios de Santiago, y también trajimos cosas de Buenos Aires, pensando recrear la decoración con muebles de estilo lo más parecido a los originales. Muchas de las piezas del living, comedor, escritorio y galería interior son francesas, pero también hay algunas coloniales e inglesas. Los siete dormitorios, por ejemplo, los armamos con catres de bronce que mandamos restaurar, armarios y cómodas antiguas, a la usanza de la época. Todo es bien campestre, sencillo, pero muy elegante", sostiene Soledad, la mujer de Mario.
La siguiente tarea –cuentan– será recuperar definitivamente el parque, partiendo por incorporar un sistema de riego, pero ahora que el agua escasea ésta no es prioridad. Con un marcado carácter francés, este sector de la propiedad –definido por parterres de diseño curvo hechos con boj, y compuesto principalmente por variedades de palmeras, brachichitos y encinas– ha aprendido a convivir armónicamente con los viñedos que rodean el castillo y que, sin duda, simbolizan una nueva etapa de la hacienda Panamá, donde en la actualidad sólo se producen uvas para vino tinto.
Jimena Silva Cubillos.
SIEMPRE CRECIENDO
Una decoración alegre y luminosa, de carácter más bien tradicional, es la que distingue a esta casa ubicada en Placilla, junto a un campo dedicado al cultivo de manzanas, uvas de mesa y maíz. Sus cálidos ambientes interiores y los innumerables rincones que tiene su jardín son fiel reflejo del apego que sienten sus dueños por este lugar.
Texto, Jimena Silva Cubillos Producción, Paula Fernández T. Fotografías, Sebastián Sepúlveda Vidal
Aunque proviene de una familia de agricultores que siempre tuvo tierra en Melipilla, la diseñadora Isabel Brinkmann jamás pensó que terminaría viviendo en el campo, pues se sentía la más urbana de los suyos. Sin embargo se casó con un agricultor y ya lleva 26 años radicada en Placilla, casi 10 km al sur de San Fernando. Allí, desafiando la incredulidad de sus amigas santiaguinas, logró establecerse feliz, crió a sus cinco hijos en contacto con la naturaleza y encontró en el paisajismo su verdadera vocación.
- Era algo que siempre me había gustado. Lo heredé de mi mamá y de mi suegra, dos aficionadas al tema que me entregaron los primeros conocimientos, antes de hacer el curso de Paisajismo en el Club de Jardines de Chile. En este lugar he pulido la parte técnica, haciendo muchas pruebas y observando con dedicación los cambios que experimentan las plantas en cada época del año.
Apenas se pusieron de novios con Guillermo Berguecio comenzaron a construir esta casa, entonces inserta en medio de un huerto de ciruelas. "Era súper chica, muy amorosa. Todo fue bien de a poco, pero cuando comenzaron a llegar los niños tuvimos que ir agrandándola en función de las nuevas necesidades. Esta es una casa muy orgánica, con un diseño espontáneo", cuenta Isabel, quien anuncia que en cuanto puedan construirán un departamento independiente para que los cuatro hijos mayores que hoy estudian en Santiago se sientan más cómodos cuando los visiten los fines de semana.
Según dice, lo mismo pasó con el jardín, que aunque lo hizo en distintas etapas se ve bastante homogéneo porque tiene un carácter común. "Es muy de campo, romántico, florido, con un interés especial en cada temporada. Aquí planteé un diseño suelto, de gran colorido, con mucho énfasis en los lugares de vida. Con varias instancias, como el comedor de verano bajo el crespón o el rincón de la hamaca, ideal para la siesta, todo pensado para gozar plenamente el contacto con la naturaleza".
El sector contiguo a la casa, donde domina un tulipero de unos diez metros, es la parte más antigua. Un caqui y un bosquete de robles americanos, plantados hace quince años, flanquean la piscina. La zona más nueva, que consiste en un festivo recorrido de flores, la habilitó hace menos de tres años buscando vincular el acceso a la propiedad con la rosaleda y la huerta. "Memo dice que tengo afanes expansionistas porque con huincha en mano le he peleado cada metro cuadrado del campo. De a poco logré completar los 5.000 m2 del jardín", cuenta con humor Isabel.
Tanto en los dormitorios como en las áreas de estar se aprecia su interés por crear espacios acogedores y acampados. "Siempre he tratado de mantener una decoración alegre y luminosa. No me interesa vivir en ambientes modernos, porque no tienen nada que ver con este lugar. Me encanta que mi casa se vea bien campestre y que sea cálida, porque invita a descansar y a compartir en familia".
Las telas de texturas un tanto rústicas, o floreadas, así como los cojines bordados y las mullidas alfombras que ella misma realiza, están en cada uno de los espacios. Si bien ha intervenido algunos muebles para renovarlos, reconoce que es de gustos más clásicos y que le cuesta deshacerse de las cosas porque la mayoría son herencias familiares o regalos que recibieron de sus amigos cuando se casaron. Por ejemplo, la lámpara de lágrimas del comedor y el piano que está en el living, donde todos sus hijos tuvieron clases, pertenecieron a su abuela. Igual que la banca de piedra, que puso junto a un Magnolio soulangeana, y que estaba en la casa de soltera de su mamá.
- Aunque casi todos nuestros hijos están viviendo en Santiago no pensamos achicarnos porque sentimos mucho cariño por este lugar. Ellos siempre dicen que pase lo que pase esta casa no se toca ni se vende- , comenta con evidente orgullo y apego Isabel.
Jimena Silva Cubillos.
EN MARCHIGÜE: UN HOTEL DE CAMPO
A 45 minutos de Santa Cruz se encuentra la Residencia Histórica de Marchigüe, un ex convento jesuita de principios del siglo XVIII convertido en un hotel de lujo, ambientado con muebles europeos de época y seleccionadas piezas de diseño contemporáneo. Se trata de un lugar donde se respira historia, aire de campo y una buena cuota de refinamiento.
Texto, Beatriz Montero Ward Producción, Vanessa Mac–Auliffe L. Fotografías, José Luis Rissetti
Desde sus orígenes, la historia de la comuna de Marchigüe, en el valle de Colchagua, estuvo ligada a la Iglesia Católica. Es así que hacia mediados del siglo XVIII, el suroeste del estero Cadena –que divide la zona en dos–, lo conformaba la Hacienda El Reto, propiedad de la Diócesis de Cáhuil, y el norte, la Hacienda San José, en manos de la Compañía de Jesús.
Ésta última había sido legada a los jesuitas en 1750 por Manuel de Zelada, para la mantención de un colegio de la orden en San Fernando. De esa época data su enorme casona patronal, levantada entera en gruesos adobes y techos de teja chilena, que hasta la expulsión de los religiosos, en 1767, sirvió como convento. Después de esa fecha las tierras fueron rematadas por disposición del Gobernador Agustín de Jáuregui y de ahí en adelante, vendidas y subdivididas en fundos, que con el correr de los años han sido propiedad de distintas familias.
En 2003 el empresario italiano Silvio Castelli, fascinado con la tranquilidad y belleza de la zona, decidió comprar la construcción colonial, que había estado abandonada por más de dos décadas, con sus siete hectáreas de parque y alrededor de cincuenta de uso agrícola. De inmediato, con su mujer Vivien Jones, cónsul honorario de Chile en Turín, se abocó a la titánica tarea de restaurarla y acondicionarla como un agradable lugar donde vivir.
- Tenía alguna experiencia en remodelar casas antiguas en la ciudad de Lucca y en la región de Liguria, pero nunca me había encontrado con el sistema constructivo del adobe, lo que resultó una experiencia muy interesante- , explica Castelli. Con la ayuda del arquitecto italiano Sergio Borgonovo y del chileno Marcelo Montenegro realizó los planos de planta y con maestros especializados recuperó muros, rehizo por completo los techos y despejó y ordenó el parque con viejos eucaliptos, palmas y añosas especies.
Ya con más conocimientos sobre el valle de Colchagua y su potencial turístico, y varias amistades en la zona, Silvio y Vivien se preguntaron por qué no convertir la casona colonial en un pequeño hotel de lujo, de tipo familiar, ambientado a su gusto. Así surge Residencial Histórica de Marchigüe y los mil doscientos metros cuadrados originales de construcción se convirtieron en cuatro mil cuatrocientos, que siguen la estructura colonial de patios y mantienen la misma materialidad utilizada en 1700, pero con todo el confort que da la modernidad.
Todos los muros de las habitaciones y lugares de uso común fueron pintados por el artista de origen ruso Artiom Mamlai y las pátinas de algunos marcos de vanos interiores, realizadas por Silvio Alegretti. Este interesante trabajo generó una atmósfera propicia para una singular propuesta de decoración, ejecutada por Vivien, en la que se mezclan piezas clásicas europeas con otras rústicas o de alto diseño.
La mayoría de los muebles con que se ambientaron los recintos, como living y comedor, era de la casa de Silvio en la Toscana y los diversos artículos de corte contemporáneo, muchos de ellos creaciones de Philippe Starck, de la firma Kartell.
La biblioteca, por su parte, fue traída por Castelli. Se trata de un notable conjunto de estanterías, mesas y lámpara, hecho en madera por Mario Ceroli, importante artista conceptual italiano. Un mobiliario que contrasta bien con el sofá inglés y con un par de sillas campesinas.
Los dormitorios son todos distintos. En ellos la calidez está dada a través del suave colorido de las telas con que se tapizaron los respaldos de cama y butacas. "La idea fue armar espacios armónicos, con lo justo y lo necesario, pero siempre con algún detalle que marque la diferencia", explica Castelli. Ellos, en general, están dados por alguna pieza de mobiliario antigua, por un arreglo de flores o por la presencia de una buena chimenea.
Pero Residencial Histórica de Marchigüe (info@residenciahistorica.com) ofrece a sus huéspedes algo más que alojar en una casona colonial, puesta con refinamiento y buen gusto. Porque este lugar cuenta con un hermoso parque para hacer caminatas, caballos para cabalgatas y una sala de juegos bien implementada. Además, tiene una pequeña tienda en la que se pueden encontrar vinos y artesanías finas de la zona.
En materia gastronómica, este lugar cuenta con un enorme patio de naranjos donde se pueden hacer asados, además de una carta con interesantes propuestas de comida italiana, peruana y, por supuesto, chilena.
Beatriz Montero Ward.
Inspirándose en la cultura mapuche, y con un claro respeto por las tradiciones y el paisaje local, el empresario Carlos Cardoen levantó esta ruca para nutrir el novedoso proyecto turístico y cultural que hace años está implementado en la viña Santa Cruz. Ésta es la primera de las construcciones que darán vida a una aldea hotelera.
Texto, Jimena Silva Cubillos. Producción, Paula Fernández Y.
Fotografías Sebastián Sepúlveda Vidal
El año 2003 Carlos Cardoen edificó una bodega de vinos de estilo colonial, en la ladera de uno de los cerros de esta propiedad de mil hectáreas, situada en Lolol. Tiempo después construyó el Centro Gastronómico Lolol, canalizando su interés por rescatar las tradiciones culinarias del valle de Colchagua, y hace un par de años puso en marcha un teleférico que une la bodega con una aldea indígena que agrupa reproducciones de casas de tres etnias chilenas: la mapuche, la aimara y la rapa nui. Con el Observatorio Astronómico Cerro Chamán, compuesto por cinco telescopios, el empresario remató ese sector.
Pero Cardoen no deja de sorprender, y ahora, en la colina más alta del extenso fundo El Peral y cobijada por abundante vegetación nativa –quillayes, peumos, maitenes, y pataguas– levantó esta ruca de inspiración mapuche, ideada como hospedaje, para complementar la nutrida propuesta de esta viña. "Seguimos avanzando en el objetivo de generar nuevas atracciones basadas en un turismo absolutamente temático relacionado con nuestra cultura y raíces", sostiene el empresario.
La nueva construcción, hecha con la asesoría del arquitecto Cristián Meneses, cuenta con tres dormitorios en suite y una terraza, y corresponde al prototipo de ruca que replicarán hasta completar una aldea con cuarenta piezas, asociada a un spa inserto en la naturaleza, todo planteado como un gran anfiteatro con privilegiadas vistas a las 220 há de viñedos.
Según explica el empresario, "no sólo vamos a ofrecer lo que normalmente se entrega en un spa, como las terapias y tratamientos; también queremos que nuestros visitantes tengan la oportunidad de contactarse con un medio ambiente muy rico y dinámico, y convivr con una amplia gama de aves chilenas, zorros salvajes, y vegetación de más de doscientos años. Hemos modificado lo menos posible el hábitat de estas especies, preocupándonos incluso de reforestar con árboles autóctonos como quillayes, peumos, maitenes y palmas chilenas".
Pensado en los sismos, para levantar la ruca se optó por una estructura de hormigón armado, pero se revistió íntegramente con piedras, maderas rústicas, barro y totora, materiales que se mimetizan con el paisaje. A la hora de decorarla, Carlos Cardoen y su mujer, Pilar Jorquera, privilegiaron los elementos de origen natural. La mayoría de los muebles de madera los mandaron a hacer a una mueblería de la zona, otros los trajeron de Cusco, y en Chimbarongo compraron las butacas de mimbre. La lana de las pieseras mapuches y de las alfombras atacameñas, además de los cueros y las pieles de cabrito de angora que se usaron para forrar los respaldos de las camas acentúan la calidez de los ambientes.
Con el propósito de generar espacios muy acogedores y cómodos, compatibles con las exigencias del turismo actual, pusieron especial atención a los detalles, equipando la ruca con una tina para hidromasajes, televisores de pantalla plana, calefacción por losa radiante y piedra pizarra en los pisos.
Jimena Silva Cubillos.
Etiquetas: Valle de Colchagua